Ya sabes: un cisne negro.
Negro negrísimo de todo negror.
Así.
Un cisne negro.
Un evento impredecible que todo lo cambia, todo lo trastoca.
Y a veces pasa.
Todo discurre plácidamente. O por lo menos previsiblemente. Hasta que irrumpe el hecho inesperado, lo impensable, lo que nadie anticipó.
Y todo salta por los aires.
Imagínate.
Tu partido político. Tu campaña electoral. Tu gobierno. Tu empresa.
Miras el futuro cercano y tu cerebro te tranquiliza.
Siempre te tranquiliza, es inevitable.
Te dice que todo saldrá bien. Que eso que puede ser tan negativo, eso mismo es imposible que ocurra.
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Nooo. Eso nunca va a pasar. Eso es imposible.
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Así dice tu cerebro.
Como aquella noche que el Rey de Francia anotó en su diario que ese día no había ocurrido nada en especial.
Y al día siguiente estalló la Revolución Francesa de 1789.
La Toma de la Bastilla, la guillotina y buena parte de la nobleza perdiendo la cabeza. Literalmente.
Los cisnes negros ocurren.
Ocurren, por definición, cuando nadie los espera.
¿Qué es lo mejor que te puede pasar si ocurre lo peor?
Pues que tengas un buen consejero de confianza.
Alguien con cabeza fría y mirada estratégica que te ayude a enfrentar la nueva situación.
Puedes no hacerlo, claro.
Creer que todos los cisnes serán siempre blancos y puros como los cisnes de toda la vida.
Puedes creerlo.
O puedes buscar un consejero de confianza.