¿Recuerdas aquellos viejos ceniceros de vidrio macizo? Esos mismos: pesados, contundentes.
Pues bien.
Uno de esos objetos voló violentamente por el aire en dirección a mi cabeza mientras yo bajaba las escaleras de aquel comité político. Por suerte no me golpeó sino que se estrelló con gran estruendo contra la pared.
A centímetros de mi cabeza.
No era un improbable cenicero volador. Nones. Había sido lanzado contra mí por un político enardecido.
No. No diré en qué país ocurrió. Tampoco diré su nombre. Solo digo que le decían Pocho.
Veamos el contexto para entender por qué te lo cuento.
El contexto es que aquella campaña electoral era un caos. Uno de los motores principales del desorden era el deseo que tenían muchos políticos de protagonizar los vídeos publicitarios. No me refiero al candidato principal sino a la segunda línea, a su entorno político. Pocho era uno de ellos.
La segunda línea creía, honestamente, que su mejor contribución era aparecer ante cámaras un día sí y otro también. El resultado era triplemente negativo:
1. Le quitaban protagonismo al candidato principal.
2. En lugar de spots publicitarios hacían discursos políticos.
3. El mensaje de la campaña se fragmentaba.
Mi intervención en aquel comité político fue para sugerir exactamente lo contrario de lo que estaban haciendo. O sea:
1. Que el candidato principal fuera el protagonista principal.
2. Que se sustituyera la multiplicidad de discursos por una campaña de spots publicitarios.
3. Que la campaña tuviera un mensaje único y un rumbo único.
Eso fue lo que finalmente se resolvió. Y los ánimos, que ya estaban caldeados, se agitaron más aún. Pocho era el que estaba más furioso porque buenamente creía que su aparición ante cámaras sería la clave de la elección. Y en cuestión de segundos me culpó a mí por haber sugerido que a partir de ese momento ninguno de ellos debería emitir nuevos mensajes televisivos.
Fue un clic, un instante, una explosión de furia, un cortocircuito. Mientras nos dispersábamos despueś de la reunión Pocho se paró como impulsado por un resorte y me lanzó el pesado cenicero como si fuera un proyectil.
¿Por qué te lo cuento?
Porque es una imagen muy clara de lo que significa la ausencia de estrategia en una campaña.
Ya sabes: significa caos.
¿Qué te sugiero?
Que definas la estrategia de tu próxima campaña mucho antes de comenzar. Después podría ser tarde.
Daniel Eskibel