La sociedad necesita profesionales de la política.
O sea: personas con actitud profesional.
Actitud.
¿A qué me refiero?
A personas dispuestas siempre a aprender, hambrientas de contar con nuevos conocimientos, nuevos saberes, nuevas habilidades. Que saben que la formación permanente es ineludible en nuestro tiempo. Y que actúan en consecuencia.
¿A qué más me refiero?
A personas con códigos de conducta, con fuerte ética profesional y con obligaciones morales respecto a la sociedad.
No importa si su salario lo paga la política o no.
Lo más relevante es si encaran los problemas colectivos con criterio profesional serio y responsable o con un ingenuo talante de aficionados despreocupados.
Gobernar y hacer política es jugar en las grandes ligas.
No es para amateurs que simplemente se aburren y juegan un rato en la esquina de su casa.
Y cuidado que no estoy hablando de una casta de políticos profesionales.
Estoy hablando de la calidad del trabajo político.
Cuando vuelo espero que el piloto conduzca el avión de manera profesional.
Cuando consulto al médico deseo que me trate con profesionalismo.
Cuando veo un partido de la Champions, de la Libertadores o de la NBA quiero que los jugadores tengan una conducta profesional dentro del campo de juego.
Cuando compro un electrodoméstico quiero que el vendedor sea muy profesional en su trabajo.
Cuando consumo un alimento deseo que quien lo elaboró lo haya hecho con profesionalismo.
Y supongo que tú también esperas lo mismo.
Entonces.
¿Por qué vamos a conformarnos con una comunicación política amateur?
¿Por qué escuchar a un político que no está actualizado y no sabe de lo que habla?
¿Por qué tolerar un marketing político antiguo y basado en especulaciones personales?
¿Por qué quedarnos en un liderazgo político amateur que toma decisiones sin fundamento?
Insisto entonces en que la sociedad necesita profesionales de la política.
Con actitud. Con ética. Con formación. Siempre aprendiendo.
Profesionales en el mejor sentido de la palabra.