Termino de ver en Netflix la segunda temporada de ‘Narcos’, la serie que recrea tiempos violentos de la última parte del siglo veinte en Colombia.
Allí ves dramatizada la ferocidad de los enfrentamientos entre el Cartel de Cali, el Cartel de Medellín, las guerrillas, la policía, el ejército, la CIA y la DEA. Y ves, además duras lecciones sobre el liderazgo político y la vanidad del poder.
Es que el poder, por inmenso que sea, siempre se te termina escurriendo entre los dedos. Lo pierdes. Tarde o temprano. Inevitablemente.
Y donde dice ‘siempre’ quiero decir, exactamente, siempre.
Porque el poder es vano en el sentido de poco durable, inestable, breve.
Además el poder te inunda de aquello que te perderá: soberbia, arrogancia, vanidad. Esa vanidad que te da el poder es la misma que luego te lo quita ya que te hace cometer errores gigantescos y casi infantiles.
Como en la tragedia griega, que los dioses cegaban con la soberbia a quienes querían perder.
Ya sabes que el liderazgo político está en estrecha relación con la lucha por el poder. En definitiva, uno de los mayores desafíos de todo liderazgo político es administrar esa vanidad del poder.
Piénsalo si el liderazgo político es parte de tu realidad o de tu proyecto de vida.
Mira ‘Narcos’ y saca tus propias conclusiones.
El poder es vano porque te llena de vanidad y te rodea de una multitud que pronto te abandonará.
El poder es vano porque se desvanece y te dejará sin poder.
Tienes que tenerlo claro porque el liderazgo político encuentra en la vanidad del poder su cruz de los caminos.