Hay mensajes publicitarios por todos lados: en la radio, en la televisión, en internet, en los diarios, en la cartelería callejera, en folletos y volantes, en las góndolas del supermercado, en las etiquetas de los productos, en los objetos, en los edificios, en los vehículos, en las calles y en cualquier lugar donde lleguen nuestros ojos y nuestros oídos.
A comienzos de los 90 el publicista Luis Bassat afirmaba que en los Estados Unidos, en un cálculo conservador, cada persona estaba expuesta a más de 2000 mensajes publicitarios por día.
Casi 20 años después, Eduard Punset afirma que la cifra asciende a 3500 mensajes publicitarios por día.
Imagina la feroz competencia que tienen los mensajes políticos en su intento de llegar al cerebro humano.
En suma: el público no está donde el político cree que está. No está sentado escuchando, analizando y recordando su discurso, sino que simplemente está ocupado con su vida.
Un ejemplo aportado por Eric Clark es más que ilustrativo.
Del total de anuncios publicitarios a los que se expone una persona, solo una tercera parte llegan a causar una impresión en la memoria.
¡1 de cada 3 se registran y los otros 2 se desechan casi sin rastro!
Más grave aún: de ese tercio que se registra, solo la mitad es comprendido y apenas un 5 % es recordado al día siguiente.
¿Por qué ocurre ésto?
Muy simple: porque el cerebro humano se protege frente a la avalancha de mensajes. Tantos mensajes de todo tipo desbordan su capacidad de procesamiento, entonces se defiende creando una especie de barrera a su alrededor.
Esta barrera disminuye drásticamente la cantidad de mensajes que realmente le llegan. Y también impone determinados patrones cualitativos que deben tener los mensajes para llegar a destino.
PD: este artículo es un breve fragmento de mi libro Secretos del Cerebro Político, que integra (junto a otros 2 libros y 1 audiolibro) la caja de herramientas Maquiavelo&Freud, Psicología política para ganar elecciones.