Muchos ven en el Marketing Político la encarnación misma del infierno, del mal, de los más oscuros manejos.
Y si además la psicología también ingresa en el menú, y hasta las neurociencias, pues ese infierno parece aún más terrible porque se tiñe de manipulación de masas.
Otros, en cambio, ven el Marketing Político como el paraíso, la panacea, el camino del bien y de la inocencia.
Ni tan calvo ni con 2 pelucas, como decían en mi pueblo.
Ni tanto ni tan poco.
Ni infierno ni paraíso.
¿Purgatorio? Tal vez, tal vez…
Lo que quiero decir es que hay otra forma de ver el tema.
El ángulo de la comunicación política
Para que la comunicación política realmente esté al servicio de los ciudadanos y de los dirigentes es imprescindible que, ante todo, sea buena comunicación.
Porque la buena comunicación política facilita el diálogo y la escucha mutua entre políticos y ciudadanos, fomentando de ese modo el conocimiento realista del otro, de sus acciones y de sus problemas y ayudando a una mejor gestión social de las expectativas de unos y otros.
La política es comunicación, siempre, desde un principio.
Buena comunicación es buena política, entonces. Política al servicio del ciudadano.
Y un punto de partida relevante para hacer buena comunicación es conocer mejor los mecanismos mentales a través de los cuales se procesa la información política dentro del cerebro del ciudadano.
Si el sistema político comprende más y mejor esos mecanismos estará en mejores condiciones de depurar de ruidos la comunicación política y hacerla más precisa, más eficaz, más eficiente, más abierta a la escucha, más dialogada y más democrática.
En suma: el conocimiento psicológico y neurocientífico puede ayudar a mejorar la comunicación política. Y la buena comunicación política construye ciudadanía y construye democracia.
Ese puede ser un buen camino para el marketing político. Ni las llamas del infierno ni los sonidos melodiosos del paraíso.
Comunicación.