Hoy te voy a contar lo que aprendí de storytelling escuchando a mi tío Lagarta.
¡Vaya nombre, Lagarta!
Bueno, sí, pero no era exactamente su nombre.
Te cuento.
El hermano mayor de mi padre se llamaba Jacinto, al igual que mi abuelo paterno. Jacinto Servando. Sí, mi abuela era especial en ésto de elegir los nombres. Jacinto, pues. Pero desde tiempos inmemoriales le decían “la Lagarta”. ¿Por qué ese apodo? No lo sé. ¿Por qué “la lagarta” y no “el lagarto”. Pues tampoco sé ni viene al caso.
Lo que sí sé es que el hombre trabajaba en la construcción. Era albañil. En su tiempo trabajó en las obras de varios de los edificios de apartamentos que hoy son el horizonte visual de Punta del Este, el principal balneario uruguayo. Trabajaba lo justo, tampoco hay que exagerar. Dicho de otra forma: sus hábitos de trabajo eran…digamos que endebles.
Pero tenía otro hábito: contar historias.
Y lo hacía con entusiasmo.
Yo era niño y él me contaba historias.
Yo era adolescente y él me contaba historias.
Yo era adulto y él me contaba historias.
Yo ya era padre y él seguía contando historias (a mí, a mis hijos y a quien se pusiera enfrente).
Contaba historias de su lejano pasado escolar y de uno de sus amigos a quien llamaba el pardito. Contaba historias del viejo y de la vieja, sus padres (con quienes convivía). Contaba historias del bar que frecuentaba, el bar de Ricardo, donde dejaba más o menos la tercera parte de las quincenas que cobraba. Y de la carnicería de Buschiazzo, donde dejaba otra tercera parte de su sueldo. Y de La Montevideana, la tienda donde quedaba el resto de la quincena. Contaba historias de sus compañeros en la obra, “allá en el este” como decía.
También contaba historias épicas que a veces terminaban con cierre de humor involuntario. Como el dictador Santos, cruel personaje del siglo diecinueve en Uruguay. Según mi tío Lagarta el dictador lanzaba opositores a un foso donde los mataba y se los comía una tigra. Nunca era un tigre. Siempre una tigra. Y yo con ganas de psicoanalizar ese detalle, pero no, sigo adelante. Porque esa historia terminaba con un héroe que finalmente mataba a la tigra. La mataba “con un cucharón que traía escondido entre sus ropas”, remataba con desopilante seriedad mi tío.
Ha pasado mucho tiempo desde que mi tío Lagarta falleció. Más de treinta años. Y sin embargo sigo recordando sus historias. Es que eran parte misma de su identidad.
Ahora todos hablan de storytelling.
Storytelling, con afectada pronunciación made in USA. Un palabro algo rimbombante rodeado de otras expresiones en un inglés también afectadamente made in USA (nota al margen: me resulta tan agradable escuchar el inglés británico que mis oídos sufren con ciertas maneras de hablar).
Pero bueno: storytelling.
Dicho en dos palabras: contar historias.
¿Qué aprendí de mi tío Lagarta respecto al storytelling?
Que contar historias construye tu marca.
Que contar historias te hace memorable.
Que contar historias te conecta con las otras personas.
Por eso mi consejo es que cuentes historias.
Buenas historias que eduquen y entretengan.
Historias para tus votantes, para tus compañeros políticos, para los periodistas, para los adversarios, para los familiares y para los amigos.
Historias reales que están allí, en la vida cotidiana. Solo tienes que verlas y escucharlas y contarlas.
Esa es una de las claves más importantes de la comunicación.
Daniel Eskibel
PD: si supieras la cantidad de historias que cuento a los suscriptores de mi newsletter diario…