Una ola inmensa se levanta.
Viaja por el mar a 800 kilómetros por hora.
Se alza enorme sobre la costa. 3 metros, 10 metros, 15 metros de alto.
Y cae violenta y terrible sobre playas, casas, avenidas, edificios, vehículos, animales y seres humanos. Arrasa con todo. Se interna en tierra firme destruyendo todo a su paso. Matando.
Luego vuelve al mar tragándose todo. Desde un ferrocarril repleto de pasajeros hasta los 10 mil habitantes de un pueblo.
Y detrás de ella viene otra ola igualmente siniestra.
Y tal vez otra. Y otra.
Es un tsunami.
La fuerza implacable de la naturaleza
Un tsunami nos da la más cruel de las lecciones: no hay quien pueda frenar a la naturaleza cuando sus fuerzas se desatan.
Nada ni nadie la puede parar.
Ni siquiera Japón, la tercera potencia económica mundial.
Japón, el país más preparado del mundo para enfrentar terremotos y tsunamis.
Japón, ese maravilloso productor de tecnología.
Japón, ejemplo de trabajo duro, de disciplina, de orden y de calidad.
Ni siquiera Japón puede.
Porque la naturaleza tiene sus propias leyes.
Y actúa según esas leyes y no según los designios humanos.
Tenemos que aprender la cruel lección del tsunami. Y ser capaces de actuar en consecuencia en todos los terrenos. Desde lo macro que abarca al planeta entero hasta lo pequeño de la actividad de cada uno.
El cerebro humano también es parte de la naturaleza
A veces parece que lo olvidamos. Pero es así.
En su interior se agitan procesos químicos, físicos, eléctricos y biológicos. Se producen conexiones entre neuronas. Se activan algunas zonas. Se disparan mecanismos automáticos.
El cerebro también es naturaleza.
Y también tiene sus propias leyes.
Muchas campañas de comunicación política olvidan este hecho que parece tan simple.
Olvidan que el cerebro del votante es una fuerza de la naturaleza.
Que no responde a decisiones políticas ni a ingeniosas creaciones.
Sino que responde a sus propias leyes.
Entonces surgen los tsunamis políticos
Se levantan de pronto, casi sin que hayan funcionado las alarmas. O funcionaron y nadie les dio crédito.
Se levantan y hunden para siempre a un político o a un partido.
O llevan de golpe a otro hasta lo más alto.
Y cambian abruptamente el paisaje político del pais, de la región o de la ciudad.
No es el silencioso trabajo de la corteza terrestre ni de las placas tectónicas.
Es el silencioso trabajo de la corteza cerebral y de toda la estructura del cerebro del votante.
Imposible de detener, como parte de la naturaleza que es.