El aislamiento del poder. Y el cerebro de reptil.
Ya vimos esa dinámica psicológica en la primera parte de este artículo de psicología política:
El aislamiento del poder es una actitud donde pesa sobremanera el cerebro de reptil: “éste es mi territorio, acá mando yo, estoy por encima de todos, si llegué aquí es porque soy más capaz que ustedes, si sé más que ustedes entonces no pierdo tiempo escuchándolos, y además no quiero que nadie llegue a amenazar este poder ni siquiera en el futuro por lo tanto no dejo que nadie se acerque, solo dejaré que se aproximen a aquellos que hagan los correspondientes rituales de sometimiento y sumisión…”.
¿Se puede mitigar? Tal vez sí.
Pero ANTES que el cerebro de reptil asuma el mando. Antes. Lo antes posible.
¿Cómo mitigarlo?
- Ayudando al político a conocerse mejor y a saber que corre los mismos peligros de aislamiento que los demás políticos.
- Estimulando las zonas más propiamente humanas de su cerebro.
- Tratando de impedir que se transforme en una persona unidimensional que solo vive para la conquista del poder.
- Demostrando que siempre se necesita de personas que vean las cosas desde otro punto de vista.
- Advirtiendo cómo su propio cerebro de reptil será el más peligrosamente capacitado para destruir su carrera política.
- Estableciendo rutinas de crítica y autocrítica, de trabajo grupal y de pensamiento lateral.
Un ejemplo.
En la Casa Blanca, el Presidente de los Estados Unidos tiene una especie de “institución”: siempre tiene que haber por lo menos un miembro del staff presidencial que defienda una posición distinta a la de la mayoría del staff. Siempre. En todos y cada uno de los casos que analizan.
Y debe actuar consistentemente y con la máxima inteligencia como “abogado del diablo”. Siempre, reitero.
Pero además tiene otra “institución”: el Presidente no opina sino que decide después del intercambio de opiniones entre los miembros de su staff. Primero tiene que escuchar…
Otro ejemplo.
Muchos países tienen diseños institucionales y culturas políticas que van a contrapelo del cerebro de reptil. Que de alguna manera transmiten el mensaje de que las posiciones de poder no se ocupan para luego aferrarse a ellas indefinidamente ni para hacer de ellas el santo y seña de una vida.
Piensa, por ejemplo, en los ex presidentes de Estados Unidos o de España. Piensa en los dos Bush, en Bill Clinton, en Felipe González, en José María Aznar…
Más allá de lo episódico de cada caso, lo que importa es desalentar al cerebro de reptil.
Siempre estará allí, agazapado.
Aún en la mejor de las personas.
Pero es bueno tenerlo a raya. Desalentado.
Y es bueno tener activa y alerta la zona más humana del cerebro.