“Mi nombre es Daniel Eskibel y soy introvertido”. Así comencé una conferencia que brindé en Washington DC hace algunos años.
Hice unos segundos de silencio mientras miraba las expresiones perplejas del público. Me miraban como si acabara de confesar una enfermedad, una adicción o tal vez un delito.
Y sin embargo les estaba contando apenas uno de mis rasgos de personalidad.
Un rasgo normal que comparto con por lo menos el 25 % de la población, o en algunos países hasta con un 50 % de las personas.
Fíjate de nuevo en los porcentajes.
Por lo menos un 25 % es introvertido.
Veinticinco por ciento como mínimo.
La cuarta parte de la población.
En ocasiones más. A veces mucho más.
Pero resulta que casi todas las campañas se ocupan casi exclusivamente de los extrovertidos.
Está bien que lo hagan.
A lo cual debo agregar que es un grave error que lo hagan exclusivamente.
El problema que quiero subrayar es que la comunicación política debe ajustarse a la personalidad de los públicos a quienes va dirigida.
Porque extrovertidos e introvertidos funcionan de modo diferente en su modo de consumir mensajes políticos y en el impacto que les causan los diversos estilos comunicacionales.
Te doy un ejemplo.
Los clásicos vídeos de campaña. Esos con mucha gente, mucho ruido, banderas que se agitan, movimiento y una gran energía que se desborda y que genera entusiasmo.
Ya sabes.
Pues bien.
Son vídeos excelentes para los extrovertidos.
Pero inútiles a la hora de convencer a los introvertidos.
Los introvertidos necesitan calma, reflexión, análisis. Necesitan vídeos más pausados, más relajados, menos intensos. ¿Lo mejor? Pues una estética intimista.
Pregúntale a tu publicista.
Pídele que algunas de las piezas publicitarias se apoyen en ese tono menor.
Ya verás el buen efecto que eso tiene.
Daniel Eskibel