Si tienes un nombre difícil de pronunciar, si también tu apellido es más bien complejo, y si además eres candidato a la Presidencia…pues tienes un problema.
Porque el nombre importa. Y mucho. Y lo primero es que la gente pueda pronunciarlo y repetirlo cuántas veces quiera. Es la gente la que hace rodar ese nombre, es la gente la que lo transmite de boca en boca. La gente común y corriente, la que no sabe otros idiomas ni maneja términos técnicos ni se solaza con la complejidad del lenguaje.
Claro que un nombre debe ser distinto, también. Pero ese es otro tema. Y más allá de lo distinto, el nombre de un candidato debe ser fácil de pronunciar y de repetir. Simple. Aunque a veces no lo es. Y ahí empieza el problema.
“Soy candidato y mi nombre es complicado de pronunciar”.
Mmmm. Problema. Serio problema.
No hay operación de marketing político más importante, al inicio, que solucionar el problema del nombre.
Pensemos en la campaña electoral de Colombia en la que Juan Manuel Santos logró su primera Presidencia.
Su adversario se llamaba Antanas Mockus.
En Colombia. En castellano.
Antanas Mockus hizo una campaña electoral muy notoria, muy llamativa, muy diferente. Pero Juan Manuel Santos lo duplicó en cantidad de votos. Lisa y llanamente.
No lo olvides. El nombre del candidato es la primera pieza en el ajedrez de la comunicación política. Estoy seguro que conoces varios casos al respecto.